Premio a la vida y obra
de un periodista


Yamid Amat

Ante todo quiero darle las gracias a los miembros del Jurado del Premio de Periodismo Simón Bolívar, por haber hallado en mi vida y en mi trabajo méritos que yo ubico más en su actitud generosa y su visión benevolente, que en mis propias capacidades.

Permítanme que destaque el fallo por lo que significó y no por la persona que recibe la distinción. Tal vez signifique lo que Arturo Uslar Pietri escribió para calificar el propósito de Simón Rodríguez, maestro y amigo, al encontrar al Libertador: “Quería cortar la historia para que se pueda crear un nuevo tiempo”. El nuevo tiempo comienza con este fallo para el periodismo colombiano. Hasta hoy el reconocimiento estaba limitado a los medios impresos, a la conducción política del medio y a la intencionalidad de lo que se escribe.

Este nuevo tiempo, que con la decisión del jurado comienza, exalta a los transmisores de la realidad social, cultural y política del país, a los periodistas de los medios audiovisuales que son auténticos productores de realidades. Diría algo más para referirme a los periodistas de la prensa impresa y a quienes llamamos de prestigio, de élite o de poder: a ellos se les ha reconocido y se les seguirá justamente reconociendo su aporte a la República, a su cultura y a sus instituciones. Los colombianos asistimos regocijados a la exaltación que siempre se ha hecho a la labor de intelectuales prestigiosos, hombres que pertenecen en pleno grado a la cultura, que han desempeñado altos cargos en el ámbito académico y, en la mayoría de los casos, en el político. Por mis colegas de radio y televisión sé que el premio ahora supone el reconocimiento también a un modelo abierto de cultura informativa muy alejado del esquema tradicional y de las escuelas retóricas. Es una cultura vivencial y no histórica y un estilo de periodismo que representa mucho más a las ciencias sociales que a la filosofía humanística o a la teoría política.

Quiero referirme ahora a un hombre moderno que está en plena primavera intelectual: Arturo Uslar Pietri. Su libro Godos, insurgentes y visionarios tiene un enfoque novedoso sobre la gesta latinoamericana desde la Conquista hasta la Independencia.

Cuando se contempla el mundo con una perspectiva tan dilatada, en términos de siglos, parece pequeña nuestra querella acerca de cómo distribuir entre Colombia y Venezuela el 8% y el 9% del territorio según determinadas líneas. Es criminal tratar de romper no solo la unidad de nuestras patrias sino la unidad latinoamericana alrededor de un tema menos importante que el que acaban de superar Argentina y Chile sobre el conjunto del archipiélago patagónico y los canales de navegación entre el Atlántico y el Pacifico. De ahí que necesitemos de los visionarios que menciona Uslar Pietri, empezando por Bolívar a quien si bien él llama visionario, según varios juicios, fue el más pragmático de los constructores de las nuevas nacionalidades de comienzos del siglo XIX. Un hombre que se ocupaba más de las realidades que de las pasiones. La autoridad de que disfruta Uslar Pietri, como comentador de la vida venezolana en la prensa y en la televisión, no obedece únicamente a su familiaridad con la historia pasada y al reencuentro de hechos pretéritos que le han garantizado una inmensa audiencia, sino al hecho de que, ya desprendida de ambiciones y de honores que le han llegado en abundancia, tiene la autoridad moral que le permite ser escuchado por todos aquellos que tienen responsabilidades en nuestros dos países.

Un estadista y filósofo colombiano, Núñez, habló de que “la prensa no debe ser tea que incendie”. Con mayor razón diríamos hoy que todos los medios de comunicación deben ser luz que ilumine y no tea incendiaria que atice las pasiones. Como periodista me duele ver a colegas del otro lado de la frontera creyendo servir a su patria, haciendo imposible un arreglo de nuestras diferencias y lanzando toda clase de especies inexactas, en lugar de asumir la defensa de sus intereses en el terreno de los hechos y de los principios jurídicos.

El lenguaje descompuesto, la amenaza de tratar a un millón de colombianos como rehenes, para forzar un arreglo desfavorable al permanente interés de Colombia fundado en claras prescripciones legales del derecho internacional, no le sirven a la paz de la región. Uslar Pietri, que tiene una cultura francesa y que se formó a la sombra de grandes figuras, tiene que recordar la frase de un pensador francés: “Tengo grandes reservas de silencio al servicio de la paz y de mi país”.

Colombia no le pide silencio a quienes también defienden legítimamente los puntos de vista de Venezuela, simplemente los invita a no desbordarse y a obrar como estadistas. Y no solamente a quienes tienen la responsabilidad de la conducción del Estado, sino a quienes forman la opinión pública.

Pueden estar seguros de que quien recibe de manos de un venezolano cabal el Premio Nacional de Periodismo nunca incurrirá en la debilidad de cosechar laureles al precio de envenenar la opinión pública colombiana contra Venezuela.